Hendidura cósmica

22 abril 2007

el vagón

Pocos saben de su existencia. Pasa cotidianamente frente a los ojos perdidos de miles de usuarios, miradas como mero trámite, de personas que se abandonan al hecho de llegar con prisa a su destino.
En un preciso instante de día, a una hora sólo conocida por unos cuantos, recorre los andenes abigarrados del metro. Los vendedores ambulantes saben que existe y evitan a toda costa subir a ese vagón ni siquiera por error, lo saben perfectamente, a esa hora vaga entre la mañana y el mediodía.

A la cita con el vagón, llegan una a una las personas que han recorrido por mucho los túneles de la vida, los que han ido más allá del gozo, de la sorpresa de la alegría, del amor y el desamor. Han pasado una y otra vez por las habitaciones donde alguna vez encontraron pequeñas dosis de felicidad, envenenándose cada vez un poco en cada habitación, intoxicándose de esa sustancia espesa y gris que es el tedio, el hartazgo por vivir. Han ido y venido, reorientando su rumbo, buscando siempre, pero cegados por el brillo falso de saberse poseedores –de personas y de objetos-, escudriñando en las entrañas de la humanidad y no encontrando nada más que miseria.

No se conocen entre sí, pero se reconocen. A penas se miran y lo hacen con cierto desdén, se saben graduados de la vida y caminan lento, con dificultad entre la gelatinosa luz verde del andén. Cuando el vagón se detiene, entran con aturdida resignación, miran alrededor y se acomodan en un rincón mientras viajan a su ineludible destino. Se respira un tufo lúgubre, saben que el vagón regresará vacío esperando al siguiente puñado de seres cansados que de alguna manera supieron del vagón que lleva a la muerte.
posted by Jorge Luis at 6:22 a.m.

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